La primera vez que fui a San Basilio de Palenque, hace alrededor de tres años, conocí un tambor muy grande, tan grande que doblaba en tamaño al tambor alegre.
“Palenque es un rincón de África”, me dice Justo Valdés. Y cierra los ojos como recordando algo mientras caminamos por un calle angosta del centro de Cartagena.